Escape
por carlos mallsteen · Publicada · Actualizado
Escape
Una huída que cortará mis cadenas y que sólo terminó con afianzarla. Aún conservo el sabor de su piel en mi boca, me alejo sometida, sumisa y aún cautiva …,
31
Capítulo

Intro:
Sabía perfectamente lo que sería, coger con desenfreno y hasta la próxima, lo que no pude siquiera sospechar es que un trozo de carne tendría sobre mi tal poder, que incluso podría saborear en mis labios un sabor a letalidad.
El sexo consentido sin mayor compromiso es una manera sana de satisfacer mi apetito casi voraz, por las viriles vergas que he tragado. Coger y correr como suelen decir mis amigas, me ha llevado de aventura en aventura, cada una más intensa y extrema que la anterior. Así todo marchaba bien, hasta que apareció aquella verga que me sedujo a tal extremo y me convirtió en eso de lo que siempre renegué, una perra dispuesta para satisfacer.
Cada encuentra era más sabroso, más ardiente y osado, coger una y otra vez sin cansarme era lo que ese trozo de carne provocaba en mí. Las manos, al principio algo torpes, recorrieron mis rincones y tocaron lugares que a nadie más permití. No eran sus caricias lo que me enloquecía, por el contrario, su fuerza bruta y animal lograba transportarme a un plano superior, no era un orgasmo mi desahogo, conseguía mi propio placer solo con verlo conseguir el suyo. La guerra entre mis ángeles y demonios se desataba cada vez que lo tenía en frente, mis ojos clavados, incisivos visualizando su bulto y la dilatación de mis pupilas que junto a mis jadeos, se manifestaban al mirar como emergía esa barra de carne dispuesta para mí, para saborearla en mi boca que la recibía hambrienta y se deleitaba lamiendo cada pliegue de su piel.
No sé si llamarlo sexo ocasional pues sucedió más de una vez y por cierto, hubiese deseado fueran más muchas más. El desahogo, el alivio que llegaba a mi después de sus brutales cogidas a mi boca y a las penetradas profundas en mi intimo sexo interior, dejaban mi cuerpo exhausto y rendido a su voluntad; voluntad que perdí cuando me tomó por primera vez…
Luché con todas mis fuerzas para no permitir otorgarle poder sobre mí, lo que fue infructuoso y me provocó una furia tan grande que sólo calmaba cuando me penetraba. Busqué la forma de evadir la realidad hilarante de saberme de su propiedad, pero bastaba que me tocara o que jalara mi pelo para perder mi dominio y ceder sin negación. El color de su voz me envolvía y sus palabras desenfadadas y oscuras invadían mi cabeza y desataban un morbo casi masoquista que llevaba mi libido a su máxima expresión.
Fue en el último encuentro, que ya había decidido sería la despedida, que todo fue mucho peor, los instintos hicieron presa de ambos, me tomó con mayor violencia y se desahogó en mí, lamí su verga como nunca casi deseando que su sabor fuera perenne para llevarlo en mi boca, hundí mi cara entre sus piernas buscando impregnarme de sus aromas para satisfacer mis ganas cuando su presencia no sea. De rodillas y encendida tragué una y otra vez su sable, su fierro ardiente que latía y se endurecía más, mojé con mis babas cada pliegue de su miembro y un hilo de ellas conectó desde mis labios a su pene, para mostrarme con trágica ironía que aun cuando lo deseará, dueño era ya de mí.
Monte sobre sus piernas y sentí hundirse en mi interior su palo de fuego, mis carnes se contraían y el brillo casi malévolo de sus ojos me calentaban más, me froté contra su cuerpo y salté con su verga dentro, la sentía dura, caliente y dispuesta a estallar. Mi cuerpo completo se estremecía porque un orgasmo anunciaba su llegada…mas no quería. Acabarme marcaba el final, el término de una historia que aún quería disfrutar.
Tumbada sobre la silla y con mi culo dispuesto a su deseo lo recibí, sus penetradas fueron profundas a ritmo acelerado y continuo, los jalones de mi pelo, que tomó con ambas manos seguían enviando el mismo mensaje, «eres mía», «me perteneces» y yo, yo sólo quería huir, pero mi cuerpo lo deseaba y mi razón no fue suficiente. Me clavó a su antojo y se derramó dentro de mí, mis ganas seguían por sentir más y en un único acto de rebeldía en está oscura y morboso historia, me senté frente a él, la pared que sostenía mi espalda era lo único que permitía no retorcerme de placer pues comencé a tocarme sin sacar mis ojos de los suyos, cerrándolos a veces al sentir placer, lo miraba casi desafiante como jamás la había sido, buscando mi punto exacto para correrme y para decirme a mí misma, puedes hacerlo…ya no dependes de él.
Y mientras mi carro avanza por la carretera y mi alejo cada vez más, sólo me doy cuenta que este escape que creí definitivo, sólo marca el inicio maldito del martirio auntoinfringido por volver a sentirme entre sus manos…sometida, sumisa, entregada a su deseo y voluntad animal.