Porque se parece a mi mujer
por carlos mallsteen · Publicada · Actualizado
Por que se parece a mi mujer
Heredé una vida y un camino que me llevo a conocer al hombre más importante de mi vida. No fue una pasión, ni un amor ardiente, pero mi vida no volvió nunca, a ser lo mismo después de conocerlo. Síguenos y comparte este relato con quienes tu desees. Producción:
- Producción: Mr oscuro
- Libreto: Mabel P.
- Relato: Camelia M.
17
Capítulo

Escucha el relato aquí👇.
Me prostituía desde los 16 años, cuando mama murió quedamos solo mi hermano y yo, durante el día me ocupaba de él y por las noches me vestía de puta y salía. A mi padre no lo conocí, mamá no hablaba mucho de él, sólo me contó que fue un gran amor y que la familia de él no aprobó su relación. El no tuvo los cojones y mamá terminó sola y embarazada, buscándose la vida como mejor pudo. De ella aprendí el oficio, la miraba cada tarde noche cuando hermosa salía de la ducha y vestía sus trajes brillantes, sus altos tacos y muchas pulseras en sus muñecas; pintaba su boca con un labial rojo radiante, mientras daba pitadas a su cigarrillo que humeaba en el cenicero en la improvisada mesa de noche que teníamos en la habitación. Pegada en el espejo una foto de ella joven y embarazada junto a un hombre algo mayor, nunca dijo quién era, pero yo estaba segura de que ese hombre, era mi padre…
Mamá fue una mujer muy hermosa y al parecer fue su belleza la que cautivó a mi padre, pero eso no bastó para suplir su falta de educación y roce social. Ella decía que solía llamarla con mucho orgullo “mi mujer” y según supo él también sufrió mucho cuando los separaron y, aun así, nunca más la buscó. Heredé de mi madre su belleza y supongo de mi padre algo de eso que llaman clase, pues entre mis colegas de profesión siempre fui muy apetecida. Casi al cumplir los 20 años una compañera de calle me pidió hacer equipo para dar atención a un grupo de hombres que venían a la ciudad por trabajo; todos mayores y muy adinerados, es nuestra oportunidad me dijo de hacer un buen dinero y a estos vejetes bastara con que se la mames y ya, un trabajo como ese compensaba varias noches de no dormir por lo que obviamente acepté.
El servicio sería completo, enviarían un taxi por nosotras, cenar y luego todos al hotel. Por ser una ocasión tan especial desempolvé uno de los vestidos de mi madre que adoraba como se le veía, supuse que me debía quedar bien. Era de tono rojo muy encendido, con prominente escote en v, una línea sutil de lentejuelas rojas iban de arriba abajo en los ribetes de sus mangas, el ceñido vestido dibujaba claramente mis caderas y una espalda al descubierto llegaba justo al límite donde se alza mi culo, dejando imaginar lo que de allí y en más continuaba. Tomé mi cabello tal cual lo hacía mamá, lo alcé un poco dejando caer algunos mechones, pinté mis labios con el labial rojo más parecido al que ella solía llevar. No sé cómo explicar por qué sentí el deseo de parecerme a mi madre esa noche, quizás por la admiración que siempre tuve hacia ella. Apenas estuve lista se escuchó la bocina del taxi, subimos y nos fuimos camino al lugar de encuentro; ahí estaban unos señores mayores, todos muy elegantes bebían y charlaban, al vernos llegar todos clavaron sus ojos en nosotras, las miradas de esos hombres mayores mostraban lujuria y mucha morbosidad y si bien nuestro trabajo es complacer sin cuestionar, aun siendo puta hay cosas que a veces, no son fáciles de hacer. Cada uno de los 6 hombres en el salón parecía un lobo hambriento y deseoso por devorarnos, todos excepto uno de ellos que desde nuestra llegada también me miró, pero más que con deseo yo sentí en su mirada algo de asombro. Cenamos y no miento cuando digo que comenzamos a beber de manera desmesurada, era en rigor la mejor forma de alentarnos para el trabajo que debíamos hacer esa noche; respiré profundo y recordé a mamá, cuantas veces la vi llegar pasada de copas, con su hermoso cabello engruñado y marcas moradas en su cuerpo. Ella no se acercaba a nosotros hasta después de darse un baño y ya sin el maquillaje, ni el seudo glamur con el que yo le veía partir acariciaba nuestras infantiles cabezas, daba un suspiro y decía: por ustedes todo. Como entendí en ese momento a mamá; sólo el alcohol esa noche, permitiría soportarlo. Cuando sentí la primera mano sobre mi cuerpo cerré mis ojos, respiré profundo y me resigné, al fin de cuentas era mi trabajo. Pronto comenzaron a tocarnos balbuceantes febriles, ellos ya habían bebido de antes, sus bocas buscaban las nuestras de manera grotesca, violenta. Hurgaban con sus lenguas dentro de ella, la acides de sus babas corría por mi cara, no de uno ni de dos era una jauría, una jauría detrás de la perra en celo. No importaba como todos, todos querían cogerla, penetrarla, no había sutileza ni palabras, sólo actos agresivos y agraviantes, incluso para un par de putas. Tomaban mi mano colocándola en sus braguetas donde lánguidos penes seniles se esforzaban por una erección; todos ellos se complacían con nuestros cuerpos, entre adjetivos groseros como perra, zorra, buscona; otros nos tomaban y arrojaban de unos a otros, sudorosos, hedían como animales desesperados por erectar una pija que quizás ya no tenía la fuerza para hacerlo. Cuando sentí que a mis ojos asomaba la primera lagrima no lo permití, bloqueé me sentir y comencé a darles lo que buscaban. Muchas vergas he lamido en mi vida, pero ninguna de ellas me ha sido tan brutalmente repugnante como la de estos “señores”. Me esforzaba por obtener la rigidez de esos miembros y cada vez que lo lograba, todos gritaban y festinaban al que por fin había conseguido que se le parara y de manera hilarante lo ovacionaban y le decían méteselo a la puta. Así lo hicieron todos y cada uno de ellos, en turnos que no cesaron, cada vez que se erectaban y sin miramiento alguno, quitaban al que estaba dentro mío para que el otro siguiera; recorrían mis tetas, lamían mi culo, seguían colocando penes rugosos y mustios en mi boca para ser lamidos, algunos se masturbaban observando esa grotesca escena donde estos hombres, querían arrebatarnos placer por unos cuantos billetes. Líquidos vitreos goteaban de sus vergas el que tomaban con sus manos y esparcían por mi cuerpo, me hacían lamer sus manos y metían sus dedos en mi boca, quizás imaginando en sus envejecidas mentes que eso era una eyaculación. Todos menos aquel que miraba extasiado lo que allí ocurría, sus ojos lascivos dejaban a veces entrever una mirada nostálgica, sin embargo, en mi interior sentía que él era el más perverso de todo, ya que su fetiche consistía en mirar en sólo observar, tal vez ante la incapacidad de poder concretar. Fue tal mi sensación que en un arrebato, casi enfrentándolo y claro está, bajo los efectos de mucho alcohol, me liberé de los hombres que me aprisionaban y tocaban, caminé a él tambaleante, ¿qué pasa le dije, no te gusto?, no es eso niña contestó, ¿niña? le dije a la puta madre de niña no tengo nada, soy una mujer ¿y tú eres un hombre?, es evidente que si me contestó con voz calma, entonces ¿por qué no haces lo que un hombre debe hacer?, anda cógeme¡ que para eso estas pagando. El me miraba directo a los ojos y a pesar de estar algo ida veía en ellos una mirada que me provocaba un sentimiento que no se describir; me coloqué frente a él de rodillas con violencia y determinación abrí el cierre de su pantalón y quise chupar su pene, pero me detuvo y dijo no¡, no es necesario toma acá tienes tu dinero, es suficiente. Ebria como estaba me incorporé y le dije ¿qué te pasa? a mí el dinero me gusta ganármelo; entonces me monté sobre el dejando manchados sus pantalones por los mezcla de fluidos de sus compañeros de juerga, bajé mi vestido dejando mis tetas pegadas a su cara, anda le dije chúpalas date ese gusto, las enrostraba con fiereza como descargando en ello mi contenida furia que no podía expresar. Este hombre esquivaba mis pechos pero no con asco o molestia sino más bien con algo de pudor, insistí una y otra vez, logré colocar mi pezón en su boca pero no lo lamió; él luchaba por zafarse de mí y yo por aferrarme a él. Los otros que apenas se sostenían en pie, a medio vestir y jadeantes se acercaron y me tomaron de los brazos arrastrándome hacia una de las butaca que había en el cuarto; me quitaron el vestido a tirones y comenzaron a manosear mi cuerpo, sentía sus ásperas manos recorrerme y como mojaban mi espalda con sus babas al lamerme; introducían sus dedos en mi vagina y luego al sacarlos los chupaban groseramente, uno de ellos mordió mis tetas y dejó una marca roja que pronto tornaría a un violáceo color. Se complacían en su lascivo acto y yo no dejaba de observar a este hombre que me miraba directo a los ojos, desafiante no le quité los ojos de encima y mientras era penetrada, mordida y ultrajada por los otros, impávida y con una sonrisa sarcástica dibujada en mis labios, le mostraba que no había reacción alguna de mi cuerpo; recibía las embestidas, penetradas, chupadas y apretones que me daban pero me mantenía erguida y orgullosa, pues nada de lo que ellos me hacían me haría sentir sometida y sin embargo la extraña atracción que sentía hacia este hombre me turbaba, el magnetismo que provocaba en mí su mirada hacia que me abstrajera del vejamiento al cual me sometían. Habían trascurrido algunas horas desde que estábamos allí, los hombres ebrios y casi sin poder sostenerse comenzaron a caer desplomados, ¿quizás el alcohol?, ¿quizás el esfuerzo por penetrar una hembra?; lo que es claro es que mi amiga y yo aprovechando el estado de nuestros clientes cogimos más de una billetera que fuimos guardando en nuestras carteras; desquitaríamos la noche donde habíamos tenido que soportar a estos vejetes que olían rancio y que ni siquiera una buena cogida habían sido capaces de dar. Me acerqué sigilosamente al hombre que me había observado toda la velada, dormitaba sentado, saqué su billetera y salimos del lugar. Corrimos alejándonos antes de que alguien pudiera percatarse de lo que habíamos hecho; algo cansadas ya y con nuestros zapatos en la mano paramos en una esquina, nos sentamos y sacamos una botella que también habíamos tomado del hotel, nos dimos un descanso, encendí un cigarrillo mientras mi amiga revisaba cada una de las billeteras y daba cuenta del botín de esa noche, de pronto exclamó ¡pero válgame la puta madre! ¡Bárbara mira esto ¡y me acercó un papel, un papel que en realidad no era un simple papel, era una foto, pero no una foto cualquiera, era la misma foto que mi madre tenía pegada en su espejo, donde ella aparecía embarazada de mí y con un hombre al lado. Atónita le dije a mi amiga de qué billetera sacaste esto, me entregó la billetera y comencé a hurgar en ella hasta encontrar documentos de identificación, al mirar la fotografía de la cedula puede reconocer al hombre que tanto me intrigo esa noche, no lograba entender nada, estaba desconcertada; entonces en un acto reflejo volteé la fotografía y pude ver una escritura al reverso que decía, “mi mujer”, comprendí entonces lo que había ocurrido y como el destino cruel me había jugado una muy mala pasada. Ese hombre que había conocido, aquel que no quiso cogerme y que sólo me miraba con asombro, era mi padre¡. De manera sorprendente la vida lo colocó en mi camino y el aún sin saber quién era yo pudo sentir ese lazo, esa conexión que yo también sentí, pero no entendí. Las lágrimas vinieron a mi inevitables y esta vez las deje fluir, recordé a mamá hermosa, saliendo cada noche y su llegada desecha y humillada; la vi colgando sus vestidos y guardando sus zapatos, limpiando el espejo donde cada noche se maquillaba y comprendí por que lloraba cuando miraba esa foto, esa que atesoraba como la más valiosa posesión. Esa noche 6 hombres tomaron mi cuerpo, pero sólo uno de ellos se llevó mi corazón, ese que cuando sus amigos le pregunten por qué no se tiró a la putita que tanto lo tentó, sólo contestará…por que se parecía a MI MUJER…a esa a la que tanto amo.